En la web 2.0 cualquier usuario puede leer, etiquetar contenido, comentar, suscribir, compartir, escribir, colaborar, liderar... Todas ellas son acciones propias de la inteligencia colaborativa, que se define como "una forma de inteligencia emergente de la acción de muchos individuos que interactúan entre sí de diversas maneras".
Se acaba, de este modo, con el estatismo de la web 1.0, en el que la interacción estaba muy limitada. Las redes sociales (como Facebook), las comunidades (como Menéame), el etiquetado social (como Delicious), las aplicaciones webs híbridas o mash-ups (como Panoramio), etc. son prueba del nuevo empuje de este concepto participativo.
Ya no aceptamos sin más los datos que vemos en una web, sino que podemos rebatirlos, criticarlos, proponer una reflexión en común para construir un discurso. Es lo que ocurre en la Wikipedia, por ejemplo. Varias cabezas siempre piensan más y mejor que una sola. Las contribuciones de los demás, aún con el riesgo de caer en errores o inexactitudes, siempre enriquecen el pensamiento de quien participa y, también, del que observa.
Así, las características de la web 2.0 hacen más visibles los distintos puntos de vista, las vueltas de tuerca que una idea puede tener, las propuestas más curiosas o imaginativas, los temas que más interesan... Ahora vemos muchas opiniones, comentarios y aportaciones que, anteriormente, permanecían ocultas. Aunque no todas ellas ofrecen el mismo interés ni tienen el mismo valor, al menos se nos da la oportunidad de abrirnos más a lo que opinan los demás.
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